Teología al paso

Sacó el tema de la nada, como si lo hubiera estado deseando desde hace tiempo. Como si no hubiera tenido antes espacio para contarlo, para volverlo a pensar. Así me contó de golpe que el otro día había llevado un cura en el taxi. “Pero no un cura cualquiera, uno tipo cardenal”, me pareció que trataba de darle jerarquía al relato. Yo pensé que un cardenal era demasiado para un taxi tan destartalado, pero el taxista no reparó en mis objeciones formales -que por otra parte, no me atreví a verbalizar- y continuó con su historia, notablemente inspirado... ¿a lo mejor había intuido mi predisposición a la metafísica?

Y bajo la confianza de mi sonrisa franca, comenzó a insinuar con picardía que aprovechó la ocasión para hacerle al cura algún que otro comentario molesto. Palabra va, palabra viene, le había preguntado qué pensaba hacer la Iglesia el día en que la ciencia descubriera el “eslabón perdido”... entonces fue que se rió con ganas. Su risa rebotó en los vidrios torcidos del taxi y yo no me atreví a interpretarla.

  • ¿El eslabón perdido? - Pregunté algo retóricamente. La verdad es que la simplicidad del argumento me había tomado por sorpresa y hasta casi podía imaginar que no aspiraba a expresarse de manera figurada. Pero decidí no ser tan exigente y bajé la guardia.

  • Claro... - se apuró a explicar- ¿qué pasaría si de repente la ciencia demostrara finalmente que la historia que te cuentan en la Iglesia no es la verdadera? ¿que pasaría?

-¿Y qué le dijo el cura? - pregunté directamente salteando objeciones, aclaraciones y la pregunta misma. La historia ya empezaba a divertirme mucho.

-Bueno – y se acomodaba al volante explicando con gusto - el cura me dijo que la Iglesia no opinaba en cuestiones de ciencia. Que más bien apuntaba a otra cosa... y después miró este reloj – y me señaló el reloj de taxi, ese que mide el costo de los viajes – y me dijo: “ve ese reloj. Si hay un reloj, es porque tiene que haber un relojero”

La mentira sobre los intereses científicos de la Iglesia y el artificio tomista me llevaron a terreno demasiado conocido, sobre todo porque según me pareció, al taxista le había parecido que la analogía era muy ingeniosa. Entonces no pude con mi genio y pregunté con aire deliberadamente esotérico:

  • ¿Y si todo no fuera otra cosa que azar? Digo, simple casualidad.... ud. sabe... la eternidad es tan larga.

-¿Azar? - y vi en el espejo un ceño fruncido y curioso.

-Mire, es muy simple - me apuré, el viaje se terminaba - La ciencia nunca va a poder demostrar si Dios existe. Pero tampoco va a poder demostrar lo contrario. Algunos creen que hay un creador y otros... que las cosas se crearon solas ¿por qué no?

-¿Por qué no? - repitió muy serio y ya habíamos llegado.

Entonces no dijo nada más. Yo tampoco.

Pagué el viaje con el cambio justo y me bajé. La tarde, diáfana, los árboles verdes y los adoquines en el suelo. Todo estaba en su lugar. Y quizá justamente por eso, vuelta la calle, la pregunta de rigor era predecible: ¿Había encontrado este taxi por simple casualidad o por el contrario, un orden Secreto lo había colocado en la intersección de Crisólogo Larralde y Cabildo para que yo pudiera escribir esta página?

por Graciela Paula Caldeiro